120 años de El Cronómetro
Los cinco relojes de El Cronómetro marcan todos la misma hora: el propio meridiano de Sierpes YA sé para qué el Ayuntamiento ha sacado urgentemente de sus almacenes las viejas velas correderas que se ponían en las calles para dar sombra, en lugar de las últimamente colocadas, que eran como de fibra y fijas. No hay mal que por bien no venga. El Ayuntamiento ha quedado muy mal con el incomprensible retraso primero y la renuncia después a poner en las calles del centro de las velas y toldos. Pero no sabían quizá que en los almacenes municipales estaban estas viejas velas de toda la vida, las que procedían de los barcos, de los viejos bergantines y goletas, las que llevaban un sistema de garruchas y cuerdas que hacían que por la mañana se corrieran y a la caída del sol se descorrieran para que entrara la marea que cada tarde nos llega desde Sanlúcar río arriba. Las velas que urgentemente y en Modo Emergencia está colocando el Ayuntamiento por las calles del centro son de las que merecen tal nombre. Y, lo que es la magia de esta ciudad de las gracias y desgracias, han venido de perlas. Creo que van a colocar al menos 120 velas. ¿Exagerado? No, es el número exacto de deberían poner, para que la vieja relojería de El Cronómetro de la familia Sanchís, en la calle Sierpes, pudiera apagar de un soplo de levantera esas 120 velas, que son los años que acaba de cumplir el establecimiento más que centenario, un monumento como otro cualquiera, un prodigio de mantenimiento intocable de unos retablos cerámicos, frente a los actos vandáñicos que se han cometido y se siguen cometiendo contra su medio pariente el anuncio del Studebaker de la calle Tetuán, donde estaba The Sport y ahora la Joyería Chico. Con la de veces que hemos pasado por la puerta, ahora no recuerdo si son tres, cuatro o acaso cinco los relojes que hay en ese entrante de la calle Sierpes de El Cronómetro donde parece que se ha detenido el tiempo, a fuerza de mirar la hora en esas esferas. Sí, son cinco. Son los relojes de El Cronómetro , que aparecen retratados en todas las guías de las calles con encanto, de las ciudades con historia. Será que los veo con ojos sentimentales de recuerdos de la infancia, pero yo echo a pelear estos cinco relojes pareados con el Big Ben y con el de la Puerta del Sol. Por el orgullo de lo propio que representan. En cualquier lugar, cuando hay más de una esfera de reloj, no resisten la tentación de señalar los distintos husos horarios del mundo. Los tienen en las recepciones de los grandes hoteles, será para que cuando llegas muerto de sueño a Nueva York sepas que no tienes el cuerpo cortado del vuelo ni estás malo, sino que en Madrid son ya las 2 de la mañana. Los cinco relojes de El Cronómetro , que podían marcar el uno la hora de Tokio y el otro la de Melbourne, y el otro la de Buenos Aires, marcan todos la misma hora, la de una cruz de guía en La Campana: el propio meridiano de Sierpes desde hace 120 años. Que es una forma como otra cualquiera de detener el tiempo entre las manos. Como lo ha detenido la relojería El Cronómetro , cuya fachada la familia Sanchís ha sabido y querido mantener intacta, sin perder por ello en los interiores la hora de los tiempos.
Los cinco relojes de El Cronómetro marcan todos la misma hora: el propio meridiano de Sierpes
YA sé para qué el Ayuntamiento ha sacado urgentemente de sus almacenes las viejas velas correderas que se ponían en las calles para dar sombra, en lugar de las últimamente colocadas, que eran como de fibra y fijas. No hay mal que por bien no venga. El Ayuntamiento ha quedado muy mal con el incomprensible retraso primero y la renuncia después a poner en las calles del centro de las velas y toldos. Pero no sabían quizá que en los almacenes municipales estaban estas viejas velas de toda la vida, las que procedían de los barcos, de los viejos bergantines y goletas, las que llevaban un sistema de garruchas y cuerdas que hacían que por la mañana se corrieran y a la caída del sol se descorrieran para que entrara la marea que cada tarde nos llega desde Sanlúcar río arriba.
Las velas que urgentemente y en Modo Emergencia está colocando el Ayuntamiento por las calles del centro son de las que merecen tal nombre. Y, lo que es la magia de esta ciudad de las gracias y desgracias, han venido de perlas. Creo que van a colocar al menos 120 velas. ¿Exagerado? No, es el número exacto de deberían poner, para que la vieja relojería de El Cronómetro de la familia Sanchís, en la calle Sierpes, pudiera apagar de un soplo de levantera esas 120 velas, que son los años que acaba de cumplir el establecimiento más que centenario, un monumento como otro cualquiera, un prodigio de mantenimiento intocable de unos retablos cerámicos, frente a los actos vandáñicos que se han cometido y se siguen cometiendo contra su medio pariente el anuncio del Studebaker de la calle Tetuán, donde estaba The Sport y ahora la Joyería Chico.
Con la de veces que hemos pasado por la puerta, ahora no recuerdo si son tres, cuatro o acaso cinco los relojes que hay en ese entrante de la calle Sierpes de El Cronómetro donde parece que se ha detenido el tiempo, a fuerza de mirar la hora en esas esferas. Sí, son cinco. Son los relojes de El Cronómetro , que aparecen retratados en todas las guías de las calles con encanto, de las ciudades con historia. Será que los veo con ojos sentimentales de recuerdos de la infancia, pero yo echo a pelear estos cinco relojes pareados con el Big Ben y con el de la Puerta del Sol. Por el orgullo de lo propio que representan.
En cualquier lugar, cuando hay más de una esfera de reloj, no resisten la tentación de señalar los distintos husos horarios del mundo. Los tienen en las recepciones de los grandes hoteles, será para que cuando llegas muerto de sueño a Nueva York sepas que no tienes el cuerpo cortado del vuelo ni estás malo, sino que en Madrid son ya las 2 de la mañana. Los cinco relojes de El Cronómetro , que podían marcar el uno la hora de Tokio y el otro la de Melbourne, y el otro la de Buenos Aires, marcan todos la misma hora, la de una cruz de guía en La Campana: el propio meridiano de Sierpes desde hace 120 años. Que es una forma como otra cualquiera de detener el tiempo entre las manos. Como lo ha detenido la relojería El Cronómetro , cuya fachada la familia Sanchís ha sabido y querido mantener intacta, sin perder por ello en los interiores la hora de los tiempos.
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