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120 años de El Cronómetro

  • May 21,2022
  • Lydia Morales

Los cin­co re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro mar­can to­dos la mis­ma ho­ra: el pro­pio me­ri­diano de Sier­pes YA sé pa­ra qué el Ayun­ta­mien­to ha sa­ca­do ur­gen­te­men­te de sus al­ma­ce­nes las vie­jas ve­las co­rre­de­ras que se po­nían en las ca­lles pa­ra dar som­bra, en lu­gar de las úl­ti­ma­men­te co­lo­ca­das, que eran co­mo de fi­bra y fi­jas. No hay mal que por bien no ven­ga. El Ayun­ta­mien­to ha que­da­do muy mal con el in­com­pren­si­ble re­tra­so pri­me­ro y la re­nun­cia des­pués a po­ner en las ca­lles del cen­tro de las ve­las y tol­dos. Pe­ro no sa­bían qui­zá que en los al­ma­ce­nes mu­ni­ci­pa­les es­ta­ban es­tas vie­jas ve­las de to­da la vi­da, las que pro­ce­dían de los bar­cos, de los vie­jos ber­gan­ti­nes y go­le­tas, las que lle­va­ban un sis­te­ma de ga­rru­chas y cuer­das que ha­cían que por la ma­ña­na se co­rrie­ran y a la caí­da del sol se des­co­rrie­ran pa­ra que en­tra­ra la ma­rea que ca­da tar­de nos lle­ga des­de San­lú­car río arri­ba. Las ve­las que ur­gen­te­men­te y en Mo­do Emer­gen­cia es­tá co­lo­can­do el Ayun­ta­mien­to por las ca­lles del cen­tro son de las que me­re­cen tal nom­bre. Y, lo que es la ma­gia de es­ta ciu­dad de las gra­cias y des­gra­cias, han ve­ni­do de per­las. Creo que van a co­lo­car al me­nos 120 ve­las. ¿Exa­ge­ra­do? No, es el nú­me­ro exac­to de de­be­rían po­ner, pa­ra que la vie­ja re­lo­je­ría de El Cro­nó­me­tro de la fa­mi­lia San­chís, en la ca­lle Sier­pes, pu­die­ra apa­gar de un so­plo de le­van­te­ra esas 120 ve­las, que son los años que aca­ba de cum­plir el es­ta­ble­ci­mien­to más que centenario, un mo­nu­men­to co­mo otro cual­quie­ra, un pro­di­gio de man­te­ni­mien­to in­to­ca­ble de unos re­ta­blos ce­rá­mi­cos, fren­te a los ac­tos van­dá­ñi­cos que se han co­me­ti­do y se si­guen co­me­tien­do con­tra su me­dio pa­rien­te el anun­cio del Stu­de­ba­ker de la ca­lle Te­tuán, don­de es­ta­ba The Sport y aho­ra la Jo­ye­ría Chi­co. Con la de ve­ces que he­mos pa­sa­do por la puer­ta, aho­ra no re­cuer­do si son tres, cua­tro o aca­so cin­co los re­lo­jes que hay en ese en­tran­te de la ca­lle Sier­pes de El Cro­nó­me­tro don­de pa­re­ce que se ha de­te­ni­do el tiem­po, a fuer­za de mi­rar la ho­ra en esas es­fe­ras. Sí, son cin­co. Son los re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro , que apa­re­cen re­tra­ta­dos en to­das las guías de las ca­lles con en­can­to, de las ciu­da­des con his­to­ria. Se­rá que los veo con ojos sen­ti­men­ta­les de re­cuer­dos de la in­fan­cia, pe­ro yo echo a pe­lear es­tos cin­co re­lo­jes pa­rea­dos con el Big Ben y con el de la Puer­ta del Sol. Por el or­gu­llo de lo pro­pio que re­pre­sen­tan. En cual­quier lu­gar, cuan­do hay más de una es­fe­ra de reloj, no re­sis­ten la ten­ta­ción de se­ña­lar los dis­tin­tos hu­sos ho­ra­rios del mun­do. Los tie­nen en las re­cep­cio­nes de los gran­des ho­te­les, se­rá pa­ra que cuan­do lle­gas muer­to de sue­ño a Nue­va York se­pas que no tie­nes el cuer­po cor­ta­do del vue­lo ni es­tás ma­lo, sino que en Ma­drid son ya las 2 de la ma­ña­na. Los cin­co re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro , que po­dían mar­car el uno la ho­ra de To­kio y el otro la de Mel­bour­ne, y el otro la de Bue­nos Ai­res, mar­can to­dos la mis­ma ho­ra, la de una cruz de guía en La Cam­pa­na: el pro­pio me­ri­diano de Sier­pes des­de ha­ce 120 años. Que es una for­ma co­mo otra cual­quie­ra de de­te­ner el tiem­po en­tre las ma­nos. Co­mo lo ha de­te­ni­do la re­lo­je­ría El Cro­nó­me­tro , cu­ya fa­cha­da la fa­mi­lia San­chís ha sa­bi­do y que­ri­do man­te­ner in­tac­ta, sin per­der por ello en los in­te­rio­res la ho­ra de los tiem­pos.

Los cin­co re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro mar­can to­dos la mis­ma ho­ra: el pro­pio me­ri­diano de Sier­pes

YA sé pa­ra qué el Ayun­ta­mien­to ha sa­ca­do ur­gen­te­men­te de sus al­ma­ce­nes las vie­jas ve­las co­rre­de­ras que se po­nían en las ca­lles pa­ra dar som­bra, en lu­gar de las úl­ti­ma­men­te co­lo­ca­das, que eran co­mo de fi­bra y fi­jas. No hay mal que por bien no ven­ga. El Ayun­ta­mien­to ha que­da­do muy mal con el in­com­pren­si­ble re­tra­so pri­me­ro y la re­nun­cia des­pués a po­ner en las ca­lles del cen­tro de las ve­las y tol­dos. Pe­ro no sa­bían qui­zá que en los al­ma­ce­nes mu­ni­ci­pa­les es­ta­ban es­tas vie­jas ve­las de to­da la vi­da, las que pro­ce­dían de los bar­cos, de los vie­jos ber­gan­ti­nes y go­le­tas, las que lle­va­ban un sis­te­ma de ga­rru­chas y cuer­das que ha­cían que por la ma­ña­na se co­rrie­ran y a la caí­da del sol se des­co­rrie­ran pa­ra que en­tra­ra la ma­rea que ca­da tar­de nos lle­ga des­de San­lú­car río arri­ba.

Las ve­las que ur­gen­te­men­te y en Mo­do Emer­gen­cia es­tá co­lo­can­do el Ayun­ta­mien­to por las ca­lles del cen­tro son de las que me­re­cen tal nom­bre. Y, lo que es la ma­gia de es­ta ciu­dad de las gra­cias y des­gra­cias, han ve­ni­do de per­las. Creo que van a co­lo­car al me­nos 120 ve­las. ¿Exa­ge­ra­do? No, es el nú­me­ro exac­to de de­be­rían po­ner, pa­ra que la vie­ja re­lo­je­ría de El Cro­nó­me­tro de la fa­mi­lia San­chís, en la ca­lle Sier­pes, pu­die­ra apa­gar de un so­plo de le­van­te­ra esas 120 ve­las, que son los años que aca­ba de cum­plir el es­ta­ble­ci­mien­to más que centenario, un mo­nu­men­to co­mo otro cual­quie­ra, un pro­di­gio de man­te­ni­mien­to in­to­ca­ble de unos re­ta­blos ce­rá­mi­cos, fren­te a los ac­tos van­dá­ñi­cos que se han co­me­ti­do y se si­guen co­me­tien­do con­tra su me­dio pa­rien­te el anun­cio del Stu­de­ba­ker de la ca­lle Te­tuán, don­de es­ta­ba The Sport y aho­ra la Jo­ye­ría Chi­co.

Con la de ve­ces que he­mos pa­sa­do por la puer­ta, aho­ra no re­cuer­do si son tres, cua­tro o aca­so cin­co los re­lo­jes que hay en ese en­tran­te de la ca­lle Sier­pes de El Cro­nó­me­tro don­de pa­re­ce que se ha de­te­ni­do el tiem­po, a fuer­za de mi­rar la ho­ra en esas es­fe­ras. Sí, son cin­co. Son los re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro , que apa­re­cen re­tra­ta­dos en to­das las guías de las ca­lles con en­can­to, de las ciu­da­des con his­to­ria. Se­rá que los veo con ojos sen­ti­men­ta­les de re­cuer­dos de la in­fan­cia, pe­ro yo echo a pe­lear es­tos cin­co re­lo­jes pa­rea­dos con el Big Ben y con el de la Puer­ta del Sol. Por el or­gu­llo de lo pro­pio que re­pre­sen­tan.

En cual­quier lu­gar, cuan­do hay más de una es­fe­ra de reloj, no re­sis­ten la ten­ta­ción de se­ña­lar los dis­tin­tos hu­sos ho­ra­rios del mun­do. Los tie­nen en las re­cep­cio­nes de los gran­des ho­te­les, se­rá pa­ra que cuan­do lle­gas muer­to de sue­ño a Nue­va York se­pas que no tie­nes el cuer­po cor­ta­do del vue­lo ni es­tás ma­lo, sino que en Ma­drid son ya las 2 de la ma­ña­na. Los cin­co re­lo­jes de El Cro­nó­me­tro , que po­dían mar­car el uno la ho­ra de To­kio y el otro la de Mel­bour­ne, y el otro la de Bue­nos Ai­res, mar­can to­dos la mis­ma ho­ra, la de una cruz de guía en La Cam­pa­na: el pro­pio me­ri­diano de Sier­pes des­de ha­ce 120 años. Que es una for­ma co­mo otra cual­quie­ra de de­te­ner el tiem­po en­tre las ma­nos. Co­mo lo ha de­te­ni­do la re­lo­je­ría El Cro­nó­me­tro , cu­ya fa­cha­da la fa­mi­lia San­chís ha sa­bi­do y que­ri­do man­te­ner in­tac­ta, sin per­der por ello en los in­te­rio­res la ho­ra de los tiem­pos.

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